Empatía, humanidad, coherencia; existe un vacío, una falta, un espacio en blanco. Algo que, nos parece, debería formar parte de todos, y sin embargo... Nos abrigamos con pobreza ajena. Nos disfrazamos como dicta la moda, con el sufrimiento del sur. No es necesario, lo sabemos, y aún así, continuamos consumiendo productos cuyas marcas definen el modo de vida de millones de personas.
El coste de las tragedias más recientes
La globalización y su contexto capitalista han permitido una situación en la que la tercerización se extiende hasta el punto en que las multinacionales textiles no suelen ser poseedoras de prácticamente ningún taller, sino que se especializan en el diseño y distribución de la mercancía.
Las fábricas son subcontratadas en países como
China, Bangladesh o Camboya, aprovechándose así de los bajos costes laborales, resultado de la pobreza y corrupción generalizadas.
No queda muy lejos
el sonado accidente que se produjo en Bangladesh en 2012. La fábrica Tazreen Fashions (fabricante de Carrefour, Disney, C&A, Walmart) sufrió un incendio que dejó más de 110 víctimas mortales. En ese momento, el país se erigía ya como segundo exportador textil del mundo, después de China.
Poco se hizo para evitar una situación parecida a futuro; esto se comprobó el pasado año, cuando una fábrica textil de ocho plantas (
Rana Plaza) se derrumbó en Savar, cerca de Dacca, la capital de Bangladesh. La cifra oficial de muertos fue de 1134 personas.
Las quejas ante la situación laboral que continúan viviendo los bangladesíes son desatendidas por la cúpula gobernante de ese joven país. No es de extrañar; el edificio derrumbado en 2013 pertenecía a uno de los dirigentes del partido gobernante.
Parece que esta tragedia tuvo que ocurrir para que las multinacionales más importantes se decidiesen, debido a una fuerte presión mediática y gracias al sindicato IndustriALL Global Union y la UNI Global Union, a firmar un acuerdo para hacer inspecciones periódicas en sus fábricas.
Entre ellas, H&M o Inditex se apuntaron a la iniciativa, en cambio otras, como WalMart o GAP, prefirieron mantenerse al margen.
Noruega busca sensibilizar al mundo desde Camboya
Una chica de 17 años se interesa por su imagen. Es coqueta, le gusta salir con sus amigos, sacarse fotos, pasear, leer y escribir. Es feliz, y cree que merece todo lo que tiene. Sobre todo, no se le pasa por la cabeza que ella tenga algo que ver con aquellos que luchan por sobrevivir, con los explotados, que son la base y la razón por la que su vida es tan cómoda.
Hablamos de Anniken, una bloguera noruega que ha participado en un interesante reality show; la joven pasó, junto a dos participantes más, una semana en Camboya, conociendo las condiciones de trabajo de quienes fabrican la misma ropa que ella consume.
Su experiencia, como se puede ver a lo largo de los 50 minutos, o un poco más, que duran los
5 episodios del programa (subtítulos en español), consiguió realizar un profundo cambio en su manera de entender el consumo.
Anniken se da cuenta de que las personas que viven en condiciones deplorables, a pesar de “no conocer otra cosa”, no son felices.
“Valen tanto como yo”, admite con lágrimas en los ojos. Y sí, valemos todos lo mismo, pero no tenemos las mismas oportunidades.
Si bien el problema más sonado en Bangladesh ha sido sin duda el del peligro en las infraestructuras, en Camboya las reivindicaciones se centran en la malnutrición y los desmayos de sus empleados, así como en la exigencia de un sueldo mínimo decente.
Aunque la dependencia del sector textil no es tan fuerte como en Bangladesh, su importancia dentro del país es crucial; en 2012, supuso el 95% de sus exportaciones, según estudios realizados por CRL (
Campaña Ropa Limpia).
El 85% de las 500 fábricas allí existentes se encuentra bajo el control de inversiones extranjeras y da trabajo a casi medio millón de personas, en su mayoría mujeres.
Hace apenas unos días, miles de empleados se manifestaron en las calles de Phnom Penh para reclamar aquello por lo que la AFWA* también lucha. Lo hicieron en su descanso para comer, ya que no pueden permitirse una huelga, en la misma plaza donde un contra ataque policial dejó varios muertos el pasado enero.
Como respuesta, los compradores, entre ellos H&M, Inditex y C&A se pusieron de acuerdo para enviar cartas al Gobierno, comprometiéndose a adaptar sus precios para asegurarse de que una mensualidad acorde a las necesidades de los camboyanos pudiese pagarse.
Sin embargo, debido a la inflación y la consecuente subida del precio de la comida, los aumentos de salarios desde 2009 no han tenido efecto en el poder adquisitivo real de los trabajadores.
La bloguera ha utilizado su poder mediático para presionar a H&M, una empresa que continúa aumentando sus beneficios (1955 millones de euros en 2012), para que actúe de manera coherente con las personas que hacen posible que su marca llegue a las tiendas de todo el mundo.
No son pocos los casos de desmayos masivos (de hasta 300 personas) que pasan su día en condiciones de sobreexplotación. Las eternas horas extras que no reciben compensación económica, la mínima ventilación y el calor extremo unido a la falta de acceso al agua y, en menor medida, la exposición a olores y productos químicos, son causantes de hospitalizaciones, especialmente a las afueras de la capital, donde las condiciones se agravan.
Una de las razones a las que el Gobierno alude, cuando se refiere al problema, es a “Histeria Masiva”, una explicación que puede permitirse dar por el machismo generalizado. Estas mujeres son las mismas que gozan de apenas 1500 calorías diarias, la mitad de las recomendadas para un trabajador industrial.
Si bien el trabajo que está ejerciendo Anniken, junto con el de todas las organizaciones y sindicatos que abogan por un modo de vida digno, es sin duda vital para aquellos que sufren terribles condiciones laborales en Asia, no deberíamos perder de vista nuestro papel como consumidores.
Quienes realmente tenemos el poder de exigir a nuestras empresas que respeten los derechos humanos, tanto en Europa y EEUU como en el resto del mundo, somos quienes hacemos de ellas un poder real, sus consumidores.
No podemos olvidar que el valor de las prendas no lo aporta el dinero que pagamos por ellas.
Colaboración: Bernarda Parodi